Aquella
noche no había dormido bien, la fiebre y el escalofrío me obligaban a
permanecer despierta aún en la madrugada, el reloj debía marcar las dos según yo
y mi intento de lectura del tiempo, mis hermanas dormían plácidamente cada una
acomodada en su respectiva cama de la litera metálica, pero a mí me era
imposible cerrar los ojos. Me limitaba a ver el techo y las extrañas formas que
había en él.
En ese
tiempo yo iba en la primaria, en el segundo año de ella precisamente y me había
percatado de cosas extrañas que sucedían de pronto, que puedo decir, era una
escuela religiosa.
Un
sonido extraño quebró de pronto mi hipnotismo, parecía como el que hacen los
caballos al caminar de un modo lento. Me incorpore apoyando mi espalda en la
almohada, no había nada allí y la puerta del cuarto permanecía cerrada como de
costumbre, mire a mi hermana mayor asomándome discretamente por el colchón,
dormía, simplemente dormía. Me recosté de nuevo, debía ser nada o alguna
alucinación mía. Cerré mis ojos intentando dormir, repentinamente el sonido de
nuevo regreso, parecía estar trotando en el pasillo del departamento, a gatas
me dirigí a la parte baja del colchón, donde solían ir los pies, y me quede viendo
fijamente la puerta.
El trote
se detuvo justo frente a ella y el rechinido de la puerta al abrirse me produjo
un escalofrió, me sentí somnolienta y mareada y antes de notarlo ya había caído
dormida.
Abrí los
ojos aturdida, el sol aún no salía y sin embargo estaba sola en el
departamento, al menos ya no me sentía enferma, de hecho, no sentía nada en mi
cuerpo en absoluto. Como era de esperarse ese día no fui a la escuela, baje de
la litera y recorrí el departamento, una carta de mi madre pidiéndome que
desayunará algo y descansará me dejo saber que se habían ido todos a trabajar.
Camine a la cocina sin muchas ganas, tome la bolsa de galletas que había en la
mesa y el empaque de leche del refrigerador y volví a mi habitación, me senté
en la cama de abajo frente al televisor y encendí el Super Nintendo con el
juego de Super Mario World de mi hermana y empecé a jugar comiendo una que otra
galleta de pronto y tomando algo de leche.
Una
especia de bufido llamo mi atención, la puerta de la habitación estaba abierta,
me pese de pie tambaleante y salí al pasillo, justo del otro lado había algo
que me paralizo: Aquella criatura era una mezcla entre humano y toro, un
minotauro de color rojizo, casi vino, pero con ciertas partes del cuerpo
delineadas por un perturbador tono negro, sus patas traseras eran grandes y
justo en la pesuña parecían estar quemando el piso, su cuerpo mantenía una
forma media entre animal y humano y sus brazos estaban perfectamente
humanizados aunque mantenían aquel color vino que cubría hasta sus dedos
toscos, sus uñas del mismo tono eran afiladas y puntiagudas encorvadas
ligeramente al final, pero lo más perturbador era su rostro, del mismo color
rojizo y un poco acortado pero manteniendo la forma de un toro, la piel se le
pegaba al hueso, las cuencas de sus ojos eran profundas y oscuras justo debajo
de ellos y estos permanecían fijos en mi.
Retrocedí
un poco chocando contra la puerta del baño, una sonrisa siniestra se marco en
la boca de la criatura y se aproximo hacia mí quemando cada parte del piso
sobre el que caminaba, ahora empezaba a ver mi cada distorsionada, como si todo
hubiese sido quemado, gire hacia mi habitación sin poder entrar a ella, ahora
la criatura estaba frente a mi exhalando su aliento a azufre sobre mi rostro,
su mano se aproximo a mi barbilla, pero no logró llegar a ella, un par de
palabras surgieron de sus labios, palabras que no entendí.
Abrí los
ojos lentamente, estaba recostada en mi cuarto cubierta por mis cobijas, la
fiebre se había ido, ya no me sentía mareada ni con escalofrío y todo… todo
lucía tal cual debía estar aunque la casa seguía completamente vacía.
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