domingo, 14 de abril de 2013

La aparición

Aquella noche no había dormido bien, la fiebre y el escalofrío me obligaban a permanecer despierta aún en la madrugada, el reloj debía marcar las dos según yo y mi intento de lectura del tiempo, mis hermanas dormían plácidamente cada una acomodada en su respectiva cama de la litera metálica, pero a mí me era imposible cerrar los ojos. Me limitaba a ver el techo y las extrañas formas que había en él.

En ese tiempo yo iba en la primaria, en el segundo año de ella precisamente y me había percatado de cosas extrañas que sucedían de pronto, que puedo decir, era una escuela religiosa.

Un sonido extraño quebró de pronto mi hipnotismo, parecía como el que hacen los caballos al caminar de un modo lento. Me incorpore apoyando mi espalda en la almohada, no había nada allí y la puerta del cuarto permanecía cerrada como de costumbre, mire a mi hermana mayor asomándome discretamente por el colchón, dormía, simplemente dormía. Me recosté de nuevo, debía ser nada o alguna alucinación mía. Cerré mis ojos intentando dormir, repentinamente el sonido de nuevo regreso, parecía estar trotando en el pasillo del departamento, a gatas me dirigí a la parte baja del colchón, donde solían ir los pies, y me quede viendo fijamente la puerta.

El trote se detuvo justo frente a ella y el rechinido de la puerta al abrirse me produjo un escalofrió, me sentí somnolienta y mareada y antes de notarlo ya había caído dormida.

Abrí los ojos aturdida, el sol aún no salía y sin embargo estaba sola en el departamento, al menos ya no me sentía enferma, de hecho, no sentía nada en mi cuerpo en absoluto. Como era de esperarse ese día no fui a la escuela, baje de la litera y recorrí el departamento, una carta de mi madre pidiéndome que desayunará algo y descansará me dejo saber que se habían ido todos a trabajar. Camine a la cocina sin muchas ganas, tome la bolsa de galletas que había en la mesa y el empaque de leche del refrigerador y volví a mi habitación, me senté en la cama de abajo frente al televisor y encendí el Super Nintendo con el juego de Super Mario World de mi hermana y empecé a jugar comiendo una que otra galleta de pronto y tomando algo de leche.

Una especia de bufido llamo mi atención, la puerta de la habitación estaba abierta, me pese de pie tambaleante y salí al pasillo, justo del otro lado había algo que me paralizo: Aquella criatura era una mezcla entre humano y toro, un minotauro de color rojizo, casi vino, pero con ciertas partes del cuerpo delineadas por un perturbador tono negro, sus patas traseras eran grandes y justo en la pesuña parecían estar quemando el piso, su cuerpo mantenía una forma media entre animal y humano y sus brazos estaban perfectamente humanizados aunque mantenían aquel color vino que cubría hasta sus dedos toscos, sus uñas del mismo tono eran afiladas y puntiagudas encorvadas ligeramente al final, pero lo más perturbador era su rostro, del mismo color rojizo y un poco acortado pero manteniendo la forma de un toro, la piel se le pegaba al hueso, las cuencas de sus ojos eran profundas y oscuras justo debajo de ellos y estos permanecían fijos en mi.

Retrocedí un poco chocando contra la puerta del baño, una sonrisa siniestra se marco en la boca de la criatura y se aproximo hacia mí quemando cada parte del piso sobre el que caminaba, ahora empezaba a ver mi cada distorsionada, como si todo hubiese sido quemado, gire hacia mi habitación sin poder entrar a ella, ahora la criatura estaba frente a mi exhalando su aliento a azufre sobre mi rostro, su mano se aproximo a mi barbilla, pero no logró llegar a ella, un par de palabras surgieron de sus labios, palabras que no entendí.

Abrí los ojos lentamente, estaba recostada en mi cuarto cubierta por mis cobijas, la fiebre se había ido, ya no me sentía mareada ni con escalofrío y todo… todo lucía tal cual debía estar aunque la casa seguía completamente vacía.

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