domingo, 2 de octubre de 2011

Pensamiento

Tome el dije entre mis manos y lo pegue a mi frente, no podía evitar sentir como mi garganta iba anudándose, la presión en el pecho aumentaba a cada instante y el aire comenzaba a faltar, el traqueteo del tren apenas me mantenía en la realidad, las imágenes se retorcían en mi mente confusas e incesantes, ellos, ellos sólo miraban intentando fingir que el dolor tampoco los consumía por dentro, ninguno de ellos me interesaba ahora, una lágrima resbalaba traicionera por mi mejilla, pegue más las rodillas al pecho para evitar que se viera y cerré los ojos.

Tenía ese modo tan suyo de captar mi atención, y esa sonrisa que me hacía estremecer, solía tomar mi mano y caminar junto a mí sobre los senderos del parque, hablábamos de cosas triviales, pero su voz era todo lo que yo necesitaba, “Te quiero demasiado” solía pronunciar a veces y yo, yo reía como una niña pequeña cuando le compran un helado, quizá es porque eso es lo que soy al final, tan solo una niñita que se ha metido en algo que no logra entender.

Él había cambiado, creía comprenderlo, solía secar sus lágrimas cuando la tristeza terminaba por aplastarlo, besaba su mejilla y lo abrazaba contra mí pretendiendo alejar sus temores al envolverlo en mis brazos, creyendo apartarlo del infierno que lo arremetía, dándole todo de mí a él, pero nunca siendo suficiente.

El tren dio un giro y brincó, levante el rostro, la oscuridad cubría en su totalidad el vagón y la humedad producía un frio que calaba hasta los huesos, ¿Qué se podía esperar del invierno?, veía las miradas apagadas de los demás apenas perceptibles por la luz que entraba en las aberturas de la madera, miré el dije una vez más con aquel fragmento de cadena metálica; tenía mi nombre escrito en él con letra manuscrita al igual que el dije que aún colgaba de mi cuello con su nombre, ambas partes formaban un circulo metálico separadas a la manera de un Ying-Yang, era una broma pues él solía decirme que yo era su luz y nuestros amigos se burlaban diciendo que éramos un ángel y un demonio rompiendo todas las leyes naturales, era la realidad.

Solloce suavemente y bese su nombre murmurándolo con suavidad y volviendo a mi posición, me rendí ante la desesperación, él era mi héroe pues siempre estaba ahí para salvarme cuando más lo necesitaba, como aquellas noches frías, cuando era pequeña, en que se mantenía a mi lado hasta verme dormida, o cuando me contaba historias fantásticas de príncipes valientes y hermosas princesas, de castillos perdidos y de bestias feroces que obligaban hasta al más valiente a rendirse, también aquellos días lluviosos en que recordaba a mi padre y comenzaba a llorar, él parecía tener una solución para cada momento: Una suave palabra, un dulce postre, alguna fantástica historia o un bello soneto, de cualquier manera, siempre lograba sacarme una sonrisa.

Aspire un poco del aire frio y temblé, oculte mi rostro entre mis manos y me mantuve en silencio mientras los vestigios del momento pasado se hilaban y formaban lo ocurrido, la velocidad del tren empezaba a disminuir, estábamos llegando al fin de nuestro camino, donde el precio de nuestras cabezas sería pagado quizá a un precio mucho más alto que el original, me mantenía con la cabeza baja, no deseaba ver a los demás podía sentirlos junto a mí, no decían nada, pero podía imaginar lo que pensaban.

El tren se detuvo de golpe, las voces de los guardias sonaban alarmados, la madera crujió agonizante, algunos gemidos se lograron escuchar, el último aliento exhalado de los vigilantes formó un murmullo trémulo, en un fragmento de segundo todas las sombras se convirtieron en la luz brillante de un día nevado, y ante esa luz sólo logré distinguir una sombra, una mano cálida tomando la mía y esa voz llamándome solo a mí...