Abrí mis
ojos esperando la oscuridad pero no fue así; una chimenea iluminaba la
habitación, era un cuarto pequeño construido con piedra volcánica y madera de
los árboles que crecían en la cima, el anciano estaba ahí junto a otros cuatro
aldeanos que me observaban fijamente, hincados y sosteniendo unas tazas de
barro de las cuales salía humo.
Empezaron
a interrogarme y yo conteste sin despegar mi mirada de la del hombre que tenía
enfrente, entonces llegó mi turno de hablar, mi voz era firme y suave y
mientras hablaba podía sentir como otros aldeanos se reunían alrededor de la
pequeña choza asomándose en los orificios de esa habitación.
-Vete-
Dijo el anciano señalándome la salida después de horas de hablar, volví al
puebla atolondrada sin entender porque me paseaba entre las calles en lugar de
estar atrapada en una cueva oscura, lo vítores de la gente empezaron y en
segundos mi padre me estrechaba contra su pecho, la gente lanzaba preguntas una
tras otra, yo era una superviviente.
Pasados
algunos minutos, y después de que habían hecho una celebración en el pueblo, un
silencio sepulcral cubrió todo, el anciano caminaba en dirección mía junto al
menos una docena de aldeanos, se detuvo a pocos centímetros de mi, una mueca
extraña, similar a una sonrisa se formo en si rostro – En cinco días serán liberados
de la cueva – Mi mirada se iluminó y en un leve susurro agradecí, entonces el
anciano levanto el rostro y pronunció para todos los pobladores un discurso
sobre una nueva era de apoyo entre los aldeanos y ellos y al finalizar, junto
con el alcalde, partieron a una cabaña para firmar un tratado ecuánime.
Los días
pasaron, los pobladores ansiosos esperábamos en la entrada del cañón una señal,
pronto logramos distinguir los rostros desesperados y atemorizados de los
prisioneros que corrían hacia nosotros; madres abrazaron a sus hijos, hermanos
y padres recibieron a sus familiares. – ¡Daniel! – Mi grito sonó en el cañón
pero sin respuesta alguna más que el eco de mi propia voz, una tras otra vez,
buscando su rostro y gritando su nombre - ¡Daniel! – Esquivando a las personas
que se abalanzaban para recibirlos y a los prisioneros que huían despavoridos
de su encierro - ¡Daniel! – Pero jamás lo vi.
Los
aldeanos se unieron a los pobladores y de pueblo y tribu se formo una
comunidad, los prisioneros contaron las anécdotas vividas en la cueva y la
tranquilidad se asentó entre los humanos ante este nuevo comienzo, el alcalde y
el anciano-lider se unieron para manejar mejor los recursos, fue simplemente
una fusión que llevó pocos días y, aunque algunos aldeanos prefirieron quedarse
en el cañón, otros se mudaron al pueblo, y de igual manera los pobladores,
algunos permanecieron en el pueblo y otros más prefirieron vivir en la aldea.
Pronto
las entrevistas de los prisioneros se dieron a conocer gracias a la transcripción
y copia de sus palabras y en una de ellas la destrucción de mi ilusión se dio a
conocer.