jueves, 16 de junio de 2011

Dédalo

La criatura me observaba de frente, o al menos una ilusión de la verdad, podía observar el humo rodeando la ilusión de ese monstruoso ser, el incinerante olor a azufre de su aliento, el fuego de su mirada y la furia de su espíritu. Un escalofrío recorrió mi espalda, intenté retroceder con suavidad pretendí evitar que la visión de la criatura me detectará al moverme, pero no conseguí controlarme a mí mismo y no logré más que huir.

Mi trémula respiración iba al compas de mis pies al chocar contra el lítico suelo, giré a la derecha un par de veces al verme de frente contra algún muro que interrumpiera mi paso, cual alma que es llamada por Hades recorría cada uno de los pasillos de aquel maldito laberinto de piedra, de aquella prueba insuperable; el minotauro, criatura desterrada del mismo Tártaro, acechaba desde el fondo de aquel terrible laberinto, de aquel lugar propio del averno.

Me detuve al fin recargándome con brusquedad en una de las frías paredes, mi pecho ascendía y descendía con velocidad, el miedo recorría mis entrañas, mi piel, erizada por el frio del húmedo lugar, temblaba penosamente. Las gotas que caían desde las estalactitas resbalaban por mi piel y caían al suelo con un color rojizo pues se mezclaban con la sangre de algunas heridas.

El rugido estruendoso de la bestia me hizo resbalar y caer al suelo, me levante con pesadez, temblando, el hambre y el frio comenzaban a hacer estragos sobre mí, maldecí por lo bajo por temor a que la criatura se enfadara, me recargue en mis rodillas con ambas manos, tosí con suavidad y después de un suspiro me reincorporé, salir de ese lugar era imposible, derrotar al minotauro era aun más difícil, pero solo esta ultima era mi salvación.

Caminé con lentitud a través de los pasillos recargando mi mano en sus gélidas paredes para guiarme, la niebla empezó a cubrir el lugar, tosí una vez más y me recargue de espaldas a la pared, me dificultaba mucho seguir al ya no poder ver el camino por el que iba, continúe caminando sin cambiar mi posición, temía caerme de nuevo realmente por miedo a no poder levantarme una vez más, o ser herido por otra de las trampas que cubrían el lugar como las flechas que me habían lastimado al poco tiempo de haber ingresado a la construcción.

Caminé dentro de la creación de Dédalo, me alimenté de restos de los demás desafortunados que habían perecido en aquel temible sitio, no es que tuviera un particular gusto por la carne humana, pero no pretendía perecer en aquel sitio de muerte, bebí las gotas que resbalaban por el rocoso techo, y descansé acurrucado en las esquinas de los pasillos, por lo que a mí me parecieron días, a veces cambiaba de un lugar lúgubre y nebuloso al lugar gélido y rocoso, y cambiaba de nuevo al anterior, en una simple vuelta, en un giro inesperado, en un movimiento torpe, todo cambiaba, lo que parecía ya conocer, el pasillo en el que había estado caminando se convertía en un lugar totalmente inexplorado para mí, como si las dimensiones estuvieran trastornadas, como si el lugar estuviese en mi contra, como si todo fuera una ilusión, más el paisaje básico era el mismo; rocas, agua, cráteres minúsculos, cadáveres, imágenes en las paredes, la niebla.

Alteraba mi mente cada instante pasado ahí, cobarde, ah, si no hubiese sido tan cobarde la criatura yacería y yo, ataviado entre laureles de gloria, sería galardonado con el más prestigiado honor de la ciudad, proclamado héroe y guerrero legendario, como Heracles o Perseo, una leyenda, pero había sucumbido ante el maldito temor que paralizaba mis movimientos, caí de rodillas apenado de mi impotencia ante el miedo, golpee la pared de roca con furia y grité el nombre de la bestia hacía el Olimpo.

Las paredes tronaron, y la construcción comenzó a temblar, ardían flamas a mí alrededor, la niebla comenzó a ceder hasta mostrarme aquel sitio de pesadilla, un puente colgante sobre un mar de fuego separaba la terrible sede del esperpento de mí, el honor y la victoria esperaban del otro lado junto al miedo y la muerte. Se mofaba de mí realidad, de pie esperando por mí, di un paso sobre el puente, nada ocurrió, las llamaradas seguían surgiendo del mar bajo el puente, las paredes alrededor temblaban, la risa del ser en eco recorría su hogar, la criatura frente a mí era más que una bestia, era el miedo tangible; su fisonomía, su estructura, sus rasgos, su porte, su simple presencia detenía mis movimientos y disminuía mis latidos y mi respiración.

Mi cuerpo petrificado se inclino ante la criatura, reverenciándola, descendió mi cabeza, devalué mi ser y esperé gratificado por la muerte, más esta nunca llegó, en su lugar el bramido del monstruo trituró mis oídos, me levanté tomando la vieja espada metálica con ambas manos y lanzando un grito colérico me abalance hacía la bestia, el valor cubrió mi ser por ese breve instante en que cerré mis ojos y dirigí el filo de la espada al pecho de aquel ser que se mofaba de mí debilidad, de mis temores, de mi simple humanidad, por ese segundo rompí la realidad en la que me hallaba y al sentir la sangre resbalar por mi espada mis ojos no se abrieron más.