lunes, 16 de mayo de 2011

Fragmento III

- Debería odiarte, debería odiarte por cada noche en vela que he pasado esperando por ti, por cada lagrima que he derramado sobre mi almohada, por cada plegaria no respondida, debería odiarte por aparecerte de pronto, ahora que siento que ya te he olvidado, ahora que he encontrado a alguien más, debería odiarte por esa sonrisa tan tuya que me enamora, por esa mirada hipnotizante, por esas palabras vacías que has susurrado a mi oído, porque sé que partirás al amanecer, debería odiarte pero no puedo, no puedo hacer otra cosa más que sentirme estúpida, porque no puedo dejar de sonreírte, porque no puedo dejar de preocuparme por ti, porque ahora, a pesar de todo lo que te he dicho, no puedo odiarte por la ansiedad que me causa el no verte y la felicidad que siento al escucharte. No, no puedo odiarte, porque odiarte sería aferrarme a ti, sería negar que te amo, y al mismo tiempo sería reafirmarlo, pero, simplemente, no puedo odiarte Michael –

- Rose… - Murmuró a mi oído mientras girábamos casi en el centro de la pista, su mano derecha permanecía en mi hombro mientras la izquierda tomaba mi cadera con suavidad, nos movíamos al compas de la música, una máscara cubría su rostro y un antifaz el mío, una lágrima se alcanzaba a apreciar resbalando por mi mejilla.

- No, no digas nada, sabes que si David te ve no dudará en matarte…- Posé mi dedo en sus labios silenciándolo, ambos sabíamos que era verdad y que él debía irse, pero él solo negó con la cabeza y fijo su mirada en mí. No podía negarlo, lo amaba, pero a fin de cuentas, él había decidido renunciar a lo que teníamos. – Yo te esperé, ¿Sabes?, esperé una señal tuya que me indicará que este amor no se había acabado, pero nunca llegó y yo simplemente no pude esperar más – Sus manos se aferraron a mi cuerpo y su mirada cayó al suelo, lo sentí sollozar.

- Perdóname, no te merezco… - Su voz sonó entrecortada, pero prosiguió – Tenía miedo de perderte, tenía miedo de no ser suficiente, de no merecerte, por eso me fui, perdona mi debilidad… - Sus manos cayeron a los lados de su cuerpo soltándome

- Si realmente me querías, ¿Por qué me dejaste ir?– Solté en un suspiro la pregunta y baje la mirada, sabía que no podía responderme, porque ni siquiera él la sabía, pero era la verdad, ¿Por qué si se dio cuenta de que me perdía, de que me cansaba de esperarlo, de que el fuego de mi corazón se iba apagando no me detuvo, por qué, simplemente, me dejó irme de él?, me giré y me dirigí a la puerta del gran salón, dio un paso hacia mí y se detuvo, la rabia se volvía a apoderar de mí, tantos sentimientos cruzados, el enojo de los pensamientos que se concentraban en mi cabeza, que gritaban furiosos por la verdad, y la sensación de dejarlo solo, de lanzarlo al vacio como lo había hecho conmigo, no podía evitar el simple hecho de sentir que de verdad llegaba a su fín.

sábado, 14 de mayo de 2011

Relato

Abrí mis ojos, un escalofrío recorría mi cuerpo, una memoria, una idea, una ilusión quizá, daba vueltas en mí mente, me incorporé con dificultad en mi cama y me estiré suavemente, un líquido frio tocó mis rodillas, algo no estaba bien en mi cuerpo, mire al espejo justo en frente de mi cama, mi rostro lucía bastante demacrado incluso más de lo acostumbrado, tenía algunos rasguños en la mejilla izquierda y el ojo derecho lucía inflamado, parecía haber tenido una de esas típicas peleas de bar en las que solía participar mucho últimamente.
Quite con suavidad las cobijas de mi cuerpo y no pude evitar sobresaltarme al ver mis manos cubiertas de sangre, eche a correr al baño y las enjuague deprisa, un rumor en mis oídos me hizo girar la cabeza hacia la puerta del pequeño closet de aquella desgastada habitación, me acerque con lentitud, mis manos aun tenían ese ligero color rojizo que la sangre deja al irse, no era mi sangre lo que había impregnado mi piel y mis ropas, debía ser algo más. Abrí con lentitud la puerta, realmente no había nada allí más que lo usual: unas cuantas prendas que habían pertenecido a mi hermano y a mi padre, algunas mías, una vieja foto familiar pegada en la puerta, el calzado tirado que no permitía el cierre correcto del armario y el recuerdo de mi huida de mi casa, aquella carta vieja y amarillenta que me recordaba la verdad de mi presente.
Suspiré resignado y regresé a sentarme a mi cama, coloque mis manos alrededor de mi cabeza y cubrí mis ojos con ellas sin ver más el cuarto que alquilaba para vivir; era pequeño, compuesto por una cama, un armario, un par de buros, un baño completo y una pequeña cocina, lo esencial para mi supervivencia. Levante el rostro y miré mis manos, seguían teñidas con aquella sangre desconocida, me incorporé y fui al baño, debía eliminar ese terrible color y olor a muerto de mi, fijé mi rostro en el espejo examinando mis rasgos faciales, tomé un par de píldoras que descansaban junto a la llave y las trague a secas, eso me reanimaría, salí del cuarto y me encaminé a la calle, pero algo me detuvo en la callejuela, una memoria, una evocación de un recuerdo, la sangre que teñía mi piel y mi alma, el crimen cometido, el asesinato efectuado, mi pecado realizado.