viernes, 30 de julio de 2010

Fragmento

Roce suavemente mis manos sobre su cara imaginando sus facciones, dibujándolas a la perfección en mi mente, cada detalle; sus labios suaves y cálidos, sus mejillas ligeramente sonrosadas, sus ojos alertas pero cariñosos, ella temblaba lo podía sentir.

Su mano se poso en mi mejilla, mientras unos gritos se escuchaban de fondo, solloce y una traicionera lagrima cayó sobre su piel.

- Te quiero demasiado, Rose – Alcance a murmurar y la abrace pegándola a mi pecho, quería protegerla de todo tan solo con abrazarla.

- Y yo a ti, Michael – Contesto ella después de un breve silencio, ella era fuerte, podía mantenerse firme a pesar de la situación, podría soportar sin mí.

Un aullido resonó a lo lejos, el equipo de caza me alcanzaba, la solté con lentitud, mi mano temblorosa se despego de su piel, no deseaba partir, pero las consecuencias serian terribles de permanecer, en mi mente bese sus labios e imagine que por un instante aquello era la realidad, reaccionando al sentir el frio invernal y me prepare para correr rumbo al bosque, girando al instante, su piel suave se aferro a mi mano; como un árbol aferrándose a la tierra mientras la tempestad arrasa con su alrededor, ella clavó su mirada en mí, no podía verla pero sentía su calidez envolviéndome, pura pero frágil como el cristal.

- Rose, debo irme, si ellos… - Su mano apretó la mía con fuerza haciéndome callar.

Era tarde para mí, ella lo sabía, había cometido muchos errores a lo largo de mi vida, había mentido, había traicionado, había sido altanero, engreído, cruel, infame, había deshonrado a mi familia, había juzgado a mis amigos, los había herido y a ella también, y sin embargo ahora estaba ahí, aferrándose a mí, evitando que me alejara.

Intente zafarme de ella, pero algo más me retenía, yo mismo, o al menos una parte de mi.

- Iré contigo – Dijo al fin y sin agregar algo más se encamino al bosque adelantándose.

Los tambores resonaban en mi cabeza, anunciaban mi muerte, mi castigo por el error cometido, quizá mis motivos eran razonables pero para ellos no eran importantes, mucho menos para él.

Para él yo era lo peor de este mundo, quizá no lo peor, debo admitir que en algún instante lo había considerado como alguien importante para mí, he de admitir que aun lo sentía; quizá porque nos entendíamos, quizá por las semejanzas entre uno y otro, quizá por aquella platicas bajo la lluvia, o por las risas compartidas, quizá por otras cosas más que nos unieron, pero todo había cambiado, para este instante, ya no era más que el sujeto que lo separaba de aquello que le hacía bien, que era importante para él, aunque para mi ambos constituían una parte de lo que era yo en la actualidad.

No llovía y sin embargo se sentía la humedad del bosque, mi mano rodeaba la suya en su totalidad, la jalaba sin darle un poco de libertad, sin darle un poco de tiempo, no lo teníamos después de todo, ella temblaba, y a pesar de estar corriendo podía sentirlo, no era frio en realidad, la entendía, pero al final era algo que yo siempre había deseado evitar, y sin embargo ahí estaba, una de mis pesadillas vuelta realidad.

El lago se mostro ante nosotros, con su belleza sin igual, con la cascada rodeando uno de sus lados, con la luna iluminando una parte de su superficie y formando un halo de luz colorida al iluminar la brisa de la caída, nos sentamos frente a ella, sin evitar suspirar, había tantos recuerdos en aquel lugar; un par de nombres rodeados por un corazón, un encuentro inesperado, una historia increíble, un destino incierto, un futuro trémulo, una amistad perdida, un odio nacido, un miedo acrecentado.

La calma nos cubrió en ese pequeño instante, mientras su calor rodeaba mi cuerpo, mientras mis manos rozaban su piel, mientras sus ojos reflejaban el destello de esa luna singular, mientras, por un instante, solo ella estaba en mí.