lunes, 7 de noviembre de 2011

Rima

Entre trémulos murmullos y apagadas quejas, su mirada tranquila, fría y siniestra en la faz acusadora se clavaba intensa.

La sonrisa funesta de quien anhela a la muerte sobre su pálido rostro suponía lo peor, y en sus ojos grises, brillantes y temibles se asomaba la paz de quien no teme jamás.

Entre la vida y la muerte se entretiene su capricho y entre gritos tenues la balanza cede a teñirse de carmín, un último vistazo al deseo ejecutado y la vida vuelve a él.

Un precio ha sido dado a su cabeza y el oro ha alterado a la masa enardecida, que lo buscan sin descanso entre la hierba escondida.

Más la traición inesperada le ha llevado a la muerte, ella ha cedido por fin al rencor que ha terminado por consumir su amor, y entre gritos su presencia ha advertido*

Él acepta su destino y con el corazón herido por los guardias es llevado a la plazuela del castillo.

Con un último suspiro de sus labios exhalado, la soga su labor realiza, un rastro de agonía en sus ojos se denota antes de cerrarse eternamente.

Su cuerpo yace retenido ante la gente: “El asesino ha muerto” Gritan con júbilo los demás “Y con él mi corazón” Pronuncia ella con pesar.